El 27 de abril de 2017

Reflexión sobre el III Domingo de Pascua

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La vida espiritual del cristiano consiste en tener una relación muy íntima con Dios. Dios es el que toma la iniciativa en esta relación. Al creyente le toca responder al llamado de amor que Dios le hace. Por lo general, nuestra respuesta es de adoración, de petición y de contemplación. La Sagrada Escritura provee muchos ejemplos de la relación que existe entre Dios y su pueblo. En la voz del salmista encontramos las distintas maneras de acercarnos a Dios, ya sea en alabanza, en adoración o pidiendo su ayuda y su consuelo.

En nuestro entender, a Dios le complace mucho cuando le rendimos culto y le adoramos. Es más, en los Mandamientos de la Ley de Dios, en el Libro del Éxodo, encontramos lo que nos dice muy claramente Dios. Como sabemos, el Primer Mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas. Esto implica alabanza y adoración. El salmo 16 lo plantea de una manera muy elocuente: “Yo bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye mi conciencia. Ante mí tengo siempre al Señor, porque está a mi derecha jamás vacilaré. Por eso está alegre mi corazón, mis sentidos rebosan de júbilo y aún mi carne descansa segura: pues tú no darás mi alma a la muerte” (7).

Como el salmista, al bendecir y alabar al Señor, nos aseguramos de que el Señor estará siempre con nosotros. Medita en lo que el Señor te pueda estar aconsejando en tu relación con él.